En terapia regresiva hay una experiencia que se conoce como “la sesión de la gestación”.
Durante esta sesión se recuerdan los instantes previos a la concepción, el desarrollo de la propia gestación y el parto.
Además de comprender y recordar, en esta sesión se corta el cordón umbilical y se trabaja con la distinción entre “lo que yo creo/siento” y lo que creyó o sintió durante tu gestación mamá.
Esta sesión es especialmente relevante o interesante porque supone el encuentro con la realidad interna e íntima de mamá. Otra realidad interna, distinta a la tuya, aunque te confundas con ella, te permite observar mejor la importancia y relevancia de los conflictos e incoherencias internas. Y entender las conductas o expresiones de mamá.
La sesión suele ser bastante dolorosa a nivel emocional o mental porque lo habitual es encontrarnos con una represión brutal, unos mecanismos para reprimir crueles y una identificación que lleva a la naturalización bastante potente.
Aunque puedas creer que esto debe suponer un trance doloroso para quien ha experimentado algún duelo, pérdida o trauma durante el embarazo, lo cierto es que los mecanismos de represión están muy vivos en lo cotidiano.
Por ejemplo, ¿sabes cuánto desprecio tiene que haber para que hagas dieta? No es amor propio, eso de “es por cuestiones de salud”, te cuela mientras lo observas desde fuera, pero cuando ves desde dentro cómo funciona, no os voy a engañar, da miedo. Por cómo es y por lo justificadísimo que lo tenemos.
“Tengo miedo pero no lo expreso porque no me voy a sentir respetada/escuchada… o es una tontería” es un clásico que necesita de quilos de soledad, desconexión, falta de respeto y autovaloración para poder darse.
“Estoy cansada pero necesito trabajar un mes más” es otro habitual resultante de “no me priorizo porque valgo por lo que tengo/no puedo vivir si me atiendo/no merezco…”.
Y así podría hacer un largo recorrido por actos diarios, cotidianos, pequeños que hemos convertido en algo habitual, justificado y normalizado cuando la realidad es que son totalmente contrarios a nuestra naturaleza y, lo peor, nos limitan o, directamente, nos hieren.
Pero claro, abordar esto hoy en día es bastante complejo.
Se ha puesto de moda acusar a los demás, preferentemente a los padres, de todos nuestros males.
Parece que hemos crecido en Irak bajo bombardeos. Así de bien hemos aprendido a gestionar la frustración.
Como no queda bien acusar a nadie directamente, jugamos a la baza que más daño hace: la libre interpretación. Le agrego un “yo siento que…” y nadie me lo puede discutir.
Así no decimos “mi padre es el culpable de mi abandono” que queda mal o puede comprobarse que no es cierto y pronunciamos sin problema “es que yo no me sentí atendida” o “yo me sentí abandonada”. Ale, a ver quién te lo discute.
Yo.
Vamos con datos: sólo 1 de cada 10 pacientes de terapia regresiva elabora con experiencias de vida presente en alguna sesión.
Durante el proceso, recorres las memorias que han generado tu bloqueo o problema presente, si no pasas por esta vida, es que el problema no ha surgido aquí.
De este casi 10% (no llega) de pacientes que elaboran con vidas presentes las causas son:
- Me pusieron una calificación baja/me hicieron sentir insuficiente en el cole.
- Fallecimiento de hijos / Interrupción de gestación
- Mi madre me pone en contra de mi padre, al revés no lo he encontrado (no digo que no exista).
- Mi mujer/marido me ha dejado/puesto los cuernos.
- Maltrato físico.
Menos del 4% de los pacientes elabora en algún momento de su recorrido con su infancia.
Pero muchos de los que acuden a mi consulta habiéndose trabajado previamente, refieren a su niño interno afligido.
El niño interior, que nos sirve para no acusar directamente a papá/mamá/cuidadores y no poder ser rebatido, está abandonado, marginado, dolido, solitario… le pasa algo al niño.
Puedo entender perfectamente que con todo lo que se habla de la importancia de integrar al susodicho, uno acabe preguntándose cómo de grave debió ser lo experimentado para sentir vacío, falta o problemas… pero, si es tu caso, quiero hacerte saber que el niño interior es sólo un concepto absolutamente abstracto. No existe.
No tiene representación a nivel energético. No está el espíritu del niño interior o la inteligencia propia del niño interior en nuestro sistema.
Así como he podido corroborar que existen los desencarnados, el alma, los custodios de los chakras y otras inteligencias que están o pueden estar conectadas con nosotros, no me he encontrado jamás con el niño interior de nadie. Y es raro porque lo buscamos, a ver dónde está el niño interior dolido/abandonado…
Es más, cuando un paciente llega y dice “quizás me pase esto porque me sentí X en la infancia” o “por mi niño interior”, normalmente el recorrido que puede tener en un proceso terapéutico sea corto o no culminante porque la persona no está preparada para decir “mi vida es mi responsabilidad”.
Es asombroso como no nos importa autocriticarnos a lo bestia por todo y, sin embargo, podemos entender que el no haberte sentido atendido media hora a los 5 años ha conseguido materializar en ti una enfermedad psicosomática, una carencia de recursos o un bloqueo existencial.
Si eres adulto, necesitas ser un adulto, alguien con la capacidad de reconocer y reparar un error, de tomar una decisión y responsabilizarse de sí mismo y sus circunstancias; no un niño o alguien que se maneja en ideas infantiles, hipersensibilizado y que se hunde entre el “me gusta” y “no me gusta”.
Sigamos, entonces, con “las heridas no se crean o activan entre los 0 y 7 años” tal y como Bourbeau y su libro, ahora reinterpretado y convertido en talleres y terapias varias, afirma.
Las heridas del Alma
Quien se hiere con la humillación, el rechazo, la injusticia… es el ego. A mí me parece muy evidente.
Las famosas 5 heridas del alma son creencias o creaciones mentales:
Yo me siento humillado.
Yo me siento rechazado.
Yo me siento abandonado.
Yo me siento traicionado.
O, mi favorito, yo voy a patalear porque esto es injusto, son heridas del ego. Son puras interpretaciones.
Al alma no le hiere que Paco te deje, por ejemplo, sino lo que tú interpretas que sucede. Quizás te está haciendo un favor y cuando acabes el duelo natural por la relación estés super agradecida. Por la relación y porque te dejó.
Necesitas una conjetura convertida en juicio para que te haga daño la decisión de otra persona “esto va a doler, mi vida va a empeorar, me voy a sentir sola, le voy a echar de menos…”.
¡¡No sabes si va a ser así!! Pero el ego convierte eso en una realidad que experimentas con dolor.
Lo mismo sucede con la humillación. Aunque el otro esté como una chita o tenga una lengua viperina, no te va a afectar lo que haga si tú no estás identificado con tu ego “esto me pasa a mí, penalti, penaltiii”.
Trabajar, entonces, en sanar estas heridas es trabajar en sanar y empoderar a tu ego. Que es el que te hiere realmente.
Porque el Alma sólo experimenta una herida: la herida de la interpretación. 100% creada por el ego.
¡Gracias por leerme!
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